De arrebato, como esos perros a los que les abren la puerta de casa después de mucho tiempo para salir a jugar. Así se mueve Juan Luis Manzur luego de obtenido el sobreseimiento en la Justicia Federal. El vicegobernador al que pronto se le acabará la licencia, de repente, recuperó el ímpetu por erigirse como el sucesor del gobernador, José Alperovich. Organiza reuniones con legisladores, desafía con internas a sus eventuales competidores y mete la nariz en cuanto organismo público relacionado con la salud y lo social no esté aún en sus manos.
Hay un antes y un después en la interna oficialista a partir del viernes 13 de junio. Ese día, el juez federal Daniel Bejas declaró la inocencia de Manzur en la causa abierta para dilucidar si el funcionario se había enriquecido en forma ilícita. Sin perder tiempo, el funcionario cristinista festejó esa resolución judicial con un grito de guerra. Como quien siente que corre con el caballo del comisario, admitió sus deseos de ser el próximo gobernador y dijo estar dispuesto a competir como postulante del Partido Justicialista a gobernador mediante internas.
La resurrección del vice cayó más pesadamente en el ministro del Interior, Osvaldo Jaldo, que en la senadora Beatriz Rojkés de Alperovich. Sencillamente, porque el tranqueño sabe que del trío de aspirantes, es del que más fácilmente podría prescindir el gobernador -sin afrontar trastornos familiares o políticos- al momento de diseñar la fórmula para 2015. Aunque el hombre de la sonrisa congelada surgió de la mano de Alperovich, es innegable que desde su partida a la Nación -en junio de 2009- acumuló contactos y autonomía por fuera del campo de caza alperovichista. Ausente desde hace cuatro años, a Manzur hoy le responde la vieja guardia peronista en la Legislatura y lo empuja hacia la Gobernación un ala de la Casa Rosada. Jaldo, en tanto, construyó una gigantesca enredadera institucional y política con los intendentes y delegados comunales, base de los últimos triunfos electorales del alperovichismo. Su principal apuesta es el reconocimiento del gobernador a esa tarea. Está atado casi exclusivamente a esa posibilidad y a la teoría de que Alperovich ya no tendrá margen para imponer una dupla que no contenga a la dirigencia de base, sin correr el riesgo de perder. Rojkés, en cambio, es un misterio. De a ratos camina como candidata y otras veces envía señales de abandono. La última versión habla de un encuentro que mantuvo hace un par de semanas con el jefe de Gabinete nacional, Jorge Capitanich, en el que ella admitió que no sería la postulante a la sucesión. ¿Apostará entonces a completar la fórmula del alperovichismo y no a liderarla?
Antecedentes para justificar la predilección de Alperovich por Manzur sobran, y elementos para suponer que está decidido a sucederlo aparecen todos los días. El primer indicio es su regreso. Aunque no lo digan, en Casa de Gobierno todos lo esperan para dentro de un mes. Él, incluso, se jacta de tener ya el permiso de la Presidenta para dejar el gabinete en agosto. Lo único que podría jugarle en contra es el debilitamiento político del cristinismo, a partir del sacudón que generó el procesamiento del vicepresidente, Amado Boudou. Se sabe, no es lo mismo decir adiós cuando se navega en aguas mansas que cuando el mar está embravecido. Otro vestigio de sus intenciones es su pose. De un día para el otro, Manzur liberó a sus rottweilers legislativos para que ataquen a sus eventuales rivales internos, hace lobby para quedarse con espacios apetecibles -como el PAMI- y crucifica a La Cámpora, de la que reniega ante quien quiera escucharlo en Buenos Aires y en Tucumán por el poco apoyo que le dan a sus ambiciones políticas.
El hombre de la imperturbable sonrisa, ya en el ocaso del ciclo alperovichista, gesta su propio poder.